En pleno corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México, donde el bullicio, los vendedores y la vida cotidiana se mezclan en un solo ritmo, apareció un puesto callejero que desdibujó los límites entre lo absurdo y lo alarmante: un negocio ambulante que ofrece hackear cuentas de WhatsApp, Facebook y correos electrónicos.
El improvisado local, una simple mesa con un cartel llamativo escrito a mano donde ofrecía servicios que no solo rozan lo ilegal, sino que evidencian una creciente cultura de vigilancia entre particulares. A la vista de todos, el letrero prometía recuperar mensajes borrados, espiar conversaciones y obtener evidencias sobre “el novio, la amante o la vecina”.
Un video que registró la escena se viralizó rápidamente en redes sociales; en él, incluso se observa a una mujer, con su elote en mano, detenerse con interés a preguntar sobre los servicios, como si se tratara de una compra cualquiera.
Más allá de lo anecdótico, el caso ha encendido las alarmas sobre la normalización de prácticas como el espionaje digital y el acceso indebido a la información privada. Lo que debería tratarse como un delito grave se presenta como una simple transacción comercial más en el ecosistema del ambulantaje urbano.
Expertos en ciberseguridad han advertido que el crecimiento de este tipo de ofertas refleja un bajo nivel de educación digital y legal en la población. El morbo, los celos o la inseguridad emocional están siendo capitalizados en mercados donde no parece haber reglas, ni consecuencias claras.
Hasta el momento, no hay registro de que alguna autoridad haya intervenido el caso, a pesar de que el video ha sido ampliamente compartido. Este silencio institucional podría estar alimentando un mensaje inquietante: que violar la privacidad es, literalmente, tan fácil como comprar un elote en la calle.
Fuente: El Imparcial