A la par que su labor académica y editorial, Raúl Eduardo González ha formado parte de agrupaciones de música tradicional y lo mismo que toca sones jarochos, huastecos y de Tierra Caliente

Víctor E. Rodríguez Méndez

“Un jaranero perfeccionista”. Así se describe Raúl Eduardo González Hernández después de repasar su formación y actividad profesional, y quien en los recientes treinta años ha desarrollado una extensa labor como investigador, docente, conferencista, promotor, editor, escritor de versos y ejecutante de música. Su oficio, dice sin pensarlo mucho, es el de comunicar a través de la palabra, una inquietud que despliega en diversos campos para que el verso diga lo que tiene que decir, según afirma.

Nació en 1971 en la Ciudad de México. Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), maestro en Estudios Étnicos por El Colegio de Michoacán y doctor en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde 2003 es profesor investigador en la Facultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), y desde hace casi tres décadas se dedica al estudio de la lírica tradicional mexicana, especializado particularmente en las formas estróficas de la décima y la seguidilla, así como en la lírica y la música de la Tierra Caliente de Michoacán.

A la par que su labor académica y editorial, Raúl Eduardo González ha formado parte de agrupaciones de música tradicional y lo mismo que toca sones jarochos, huastecos y de Tierra Caliente ha compuesto canciones que se desprenden de dichos estilos tradicionales, además de que escribe e improvisa décimas y coplas. Esta labor le ha abierto muchas puertas para compartir escenarios “con músicas y músicos buenísimos”, expresa.

Con tal gama de inquietudes y disciplinas a cuestas, el interés mayor que mueve en la vida a Raúl Eduardo para hacer lo que hace “es que las palabras adecuadas lleguen a la gente a quien tienen que llegar”, dice en entrevista, con la franca convicción de quien cree que una persona que tiene que escuchar o leer de alguna manera un mensaje lo pueda recibir del mejor modo posible, sea cantado, a través de un libro impreso o como sea. “Por eso escribo, por eso me gusta el trabajo editorial y también por eso canto”.

Sus diversas facetas lo llevan a moverse en el día a día con cierta armonía, valga la expresión, y al momento ha llegado a conciliar algo que parecería “inconexo”, según reconoce. Recuerda su trabajo en el Cancionero folklórico de México (dirigido por la filóloga Margit Frenk y publicado entre 1975 y 1985 por El Colegio de México), en el cual de las más de 10 mil coplas recuperó las que tienen la forma poética de seguidilla. “Yo iba sacando las seguidillas y de pronto las melodías se me revelaban al leer en silencio, entonces tenía que dejar ese trabajo y agarrar la jarana para cantar y regresaba luego a seguir en el análisis y en la organización de ese corpus. Eso ha sido de alguna manera mi vida: aprender a armonizar todo y a entender que eso es lo que representa mi vida propiamente, pues ha sido un proceso”.

Desde las raíces

Una influencia vital en el interés lírico de Raúl Eduardo proviene de Zirándaro (Guerrero), lugar de nacimiento de su padre, quien junto con su abuelo y un tío eran versificadores natos. “Les resultaba facilísimo hacer octosílabos”, apunta Raúl. “Escuchaba a mi abuelito Teobaldo González recitar sus propios poemas o leernos sus cuentos, y siendo yo niño para mí también era muy fácil hacer versos octosílabos. Fue una cosa casi natural, podría decir”.

El autor de una docena de poemarios —en verso libre y formas tradicionales— añade que creció con la idea de que sus primeros versos realizados en su pueblo paterno no eran poesía, por lo que se propuso “escribir más en serio”, según cuenta. “Me propuse olvidar todo lo que había recibido de manera viva en mi infancia (además, estudié Letras) y daba por hecho que esas formas tradicionales estaban superadas en la literatura”.

Pero después vino su acercamiento con la poesía barroca y, entonces, volvió a encontrar el sentido profundo de las formas tradicionales gracias a los clásicos españoles Lope de Vega, Francisco de Quevedo y, sobre todo, Luis de Góngora, de quien le impresionó la vena popular tan clara y cómo podía conciliar la poesía tradicional española (romances y letrillas) con esa otra poesía de raíz italiana.

En ese tiempo conoció también a un maestro de guitarra que sería para él una gran influencia: Javier Hinojosa, quien le hizo ver el nexo profundo entre la música antigua (renacentista y barroca española) y la música folclórica contemporánea de Hispanoamérica. “Con eso se me vino encima todo el torrente —algo que yo de por sí ya conocía y admiraba en lo profundo, aunque no lo sabía— de la música tradicional y de las coplas y la poesía viva, ésa que se canta en los sones huastecos, en los sones y gustos de Tierra Caliente, así como en los sones jarochos”, señala el orgulloso jaranero.

Todo ello fue hace más o menos treinta años, cuando se dio su reencuentro con la poesía en formas tradicionales y que, reconoce, aun hoy día “es algo muy profundo para mí”.

A pregunta expresa, Raúl Eduardo González señala que en torno a su interés por la lírica tradicional mexicana el descubrimiento más feliz que ha hecho es que las formas tradicionales no están ancladas en el pasado, sean canciones bailables como sones y jarabes, las canciones argumentativas como las balonas, las canciones lírico-narrativas como los corridos o la canción romántica y la ranchera. “Estas canciones no sólo nos remiten a un pasado que vivieron nuestros mayores y que está ahí, sino sobre todo nos permiten comunicar y dialogar con ese pasado, pero comunicar lo que tenemos que decir hoy, porque hay muchas cosas urgentes para decir”.

Agrega al respecto: “Sin duda, hay formas emergentes valiosísimas, pero cuando dialogamos con las formas tradicionales la comunicación se hace más efectiva porque las conocemos de fondo. Las canciones bailables, como el son, podrían parecer un puro divertimento con su zapateado, pero en esa ejecución del baile se transmite todo un contenido subyacente, profundo, ritual, amoroso y simbólico que se mantiene vigente”.

Pone el caso de la valona de la Tierra Caliente michoacana, un género musical de carácter humorístico que tiene una forma poética muy antigua que se remite a los siglos XVI y XVII, cuando la forma de la décima se popularizó y con la cual se puede argumentar de manera más extensa a manera de glosa, tal como hicieron Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora. Estas glosas estaban destinadas al consumo popular y se divulgaban a través de la voz y de manuscritos e impresos. Por tanto, la valona se estableció en Tierra Caliente en el siglo XIX como textos poéticos que hablaban de la realidad de la tierra.

De acuerdo con Raúl Eduardo González, la gente atesoraba ese tipo de poesía con formas diversas de cantarla y ejecutarla. “La valona conforma un género recitativo que sirve para divertirse en algunos momentos del baile”, explica el también editor de libros, carpetas gráficas y exposiciones. “Hoy por hoy, algunas tienen textos escritos en el límite de la cancelación, pero que hacen reír mucho a la gente porque, por definición, la valona es chocarrera y políticamente incorrecta”.

En suma, añade, “la valona comunicó muchas cosas que nos conectan con nuestro pasado, pero también podemos hacer nuestras valonas hoy en día sin perder su forma poética tan rica y profunda, ni tampoco esa naturaleza humorística y dialógica que permite la comunicación”.

De la misma forma, considera que el corrido tumbado tan en boga hoy en día es parte de un género que fue muy importante desde la segunda mitad del siglo XIX y que encontró una función fundamental en la Revolución mexicana al narrar hechos que difícilmente iban a ser narrados en la prensa oficial. “Creo que los corridos tumbados en buena medida están cumpliendo una función porque hablan de una cultura subalterna que por otras vías no encuentra manera de comunicarse, y para ello se están empleando recursos tradicionales, en este caso musicales, sobre todo”.

Las cosas bien dichas y hechas

Como ejecutante y versificador, Raúl Eduardo González ha formado parte de Los Indios Verdes, el Grupo Gabán, el Conjunto Montepío y La Fronda de Marsyas, además de colaborar con el grupo Trotamundos Teatro en la escritura de la obra en verso Contando y sonando, del tequio al fandango. Desde 2013 participa en la organización del Encuentro de Música Tradicional Verso y Redoblé.

Al respecto, dice, su mayor interés mayor “es que la gente conozca esos repertorios tradicionales y los pueda este asimilar hoy en día, sobre todo cuando es muy difícil competir con los medios masivos y los medios emergentes también comerciales. Parte de mi trabajo es crear públicos hasta donde sea posible”.

También ponente y conferencista sobre temas de literatura tradicional mexicana en diversas instituciones y congresos, cree que es muy importante que las canciones populares hagan eco de los géneros que en otra época han comunicado. Cita a uno de sus maestros, Ricardo Yáñez: “Cuando cantamos, nuestra voz se tiene que sintonizar con las voces de los mayores, y que quien nos escucha y nosotros mismos escuchemos cómo resuenan las voces de las otras personas que han cantado esas canciones. Es, además, una oportunidad de reencontrarnos con nuestra esencia o con una cierta herencia que nos conecta. Escuchamos una canción y recordamos a nuestros mayores”.

Abunda diciendo que cuando una canción nueva dialoga y hace eco de las voces de los mayores es más probable que esa canción perdure. “Cuando no es así, estamos hablando de moda. Es deseable que escuchemos mucho lo que los mayores nos dijeron para que hagamos un discurso, no para hoy, sino para que muchas generaciones sigan cantando esas canciones”.

En este sentido, Raúl Eduardo no deja de maravillarse sobre la necesidad de poesía que “todos tenemos”, según señala. Y no olvida mencionar la importancia de la voz como gran vínculo entre la palabra y la música, por “su facultad evocativa de un tiempo material y evanescente” que nos dice mucho. “No desdeño la poesía escrita, escrita en formas contemporáneas, pero esa facultad tan grande que tiene la voz y la canción es algo que a mí me subyuga”.

Finaliza: “Me gusta que las cosas —hasta donde sea posible— estén bien dichas, y eso es algo muy bonito porque me complica mi propia vida. Yo no soy muy afinado, no tengo una voz muy bonita, no tengo una formación musical muy profunda, no se me da mucho la melodía, pero me gusta mucho eso porque me implica un esfuerzo cada vez que trato de cantar. También me gustan los libros bonitos y por eso colaboro con Juan Pascoe en el taller Martín Pescador, porque me gusta que alguien lea un libro y lo atesore, o que diga: "Esto está bonito" ”.

Y sí, es, ante todo, un jaranero perfeccionista, alguien que —según sus propias palabras— toca la jarana, ese instrumento de cuerdas radiadas, para acompañar su propio canto… Siempre a la disposición de que la palabra transmita y comunique con mucho lirismo.

Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.