Identidad, moda y algoritmos en la generación que aún está buscando su forma
En 2025, la moda ya no es —si alguna vez lo fue— una respuesta clara sobre quiénes somos. Para las nuevas generaciones, la ropa no tiene que definir, sino permitir: abrir caminos, ensayar versiones, cambiar de piel. Vestirse se ha vuelto una forma de buscarse: de experimentar con la identidad como si fuera un lenguaje visual en constante edición.
Cada prenda es un intento. Un boceto de algo que aún no termina de dibujarse. Hay días en los que el estilo protege, otros en los que provoca. Hay quienes lo usan para camuflarse, quienes lo usan como megáfono. Pero en todos los casos, el acto de elegir cómo vestirnos se ha vuelto una conversación íntima con nosotros mismos, especialmente en la adolescencia y la juventud, cuando aún no hay certezas, pero sí muchas ganas de probar.
Esta idea de la moda como búsqueda identitaria, más que como declaración fija, se refleja en muchas de las tendencias actuales: estilos que no buscan imponerse, sino mezclarse, contradecirse, fluir. Uno de los ejemplos más claros es el "balletcore", que mezcla lo delicado con lo técnico, lo clásico con lo atlético: faldas vaporosas, calentadores, moños y encajes conviven con tenis y camisetas básicas. Es una estética que habla de la contradicción: fuerza y fragilidad al mismo tiempo.
También están el "blokette" —una fusión entre lo deportivo (fútbol, ropa oversized) y lo ultrafemenino— y el "eclecticismo vintage", que ha vuelto con fuerza a través del reciclaje estético: prendas de segunda mano, estilos de los 2000 combinados con los 90 y hasta guiños al grunge o al minimalismo de los 80. Esta mezcla responde no solo a lo visual, sino también a una filosofía de búsqueda: nada es nuevo, pero todo puede resignificarse.
El boom de las prendas personalizadas, los parches, los cortes hechos en casa, las combinaciones improbables —pijamas en la calle, jeans con corsés, crocs intervenidos— reflejan algo más profundo: una generación que no está interesada en ajustarse a un molde, sino en experimentar con su forma. La moda es proceso, no resultado.
En este laboratorio personal y colectivo, las redes sociales juegan un papel fundamental. TikTok, Instagram, Pinterest o incluso BeReal no solo sirven para mostrar lo que llevamos puesto, sino para entender qué nos atrae, qué nos representa y con qué queremos probar. Los videos de “get ready with me”, los hauls de ropa de segunda mano o los "estilo del día según mi estado de ánimo" funcionan como espejos digitales donde el yo se pone a prueba.
Al final, la moda ya no se trata solo de cómo te ves, sino de cómo te construyes. Y, sobre todo, de permitirse no tenerlo todo claro. De aceptar que la identidad puede ser múltiple, cambiante, incierta. Que es posible cambiar de estilo como quien cambia de idea. Y que cada día frente al clóset, al espejo o al celular es una nueva oportunidad para decir —aunque sea en silencio—: “esto soy, por ahora”.