Kevin Dorian – Cuitzeo, Michoacán

El sitio arqueológico de Tres Cerritos, situado a orillas del lago de Cuitzeo en Michoacán, se llenó de vida y energía el pasado 14 de diciembre. En un entorno ancestral, cargado de historia y espiritualidad, se llevó a cabo la celebración del décimo aniversario del Calpulli Coyoltin Ayacaxtli, un grupo dedicado a preservar las tradiciones de la danza Mexika.

La reunión congregó a más de 200 personas, incluidos niños y miembros de diversos calpullis provenientes de diferentes partes de Michoacán y del país. Desde el primer golpe del huehuetl, tambor sagrado que evoca el latido de la tierra, hasta el último eco de las coyoleras resonando en los tobillos de los danzantes, el evento se sintió como un puente vibrante entre el pasado y el presente.

Este tipo de celebraciones son fundamentales para revitalizar la identidad cultural y reforzar los lazos comunitarios. A través de la danza y los cantos ceremoniales, se reafirman valores como la solidaridad, el respeto por la naturaleza y el orgullo por las raíces indígenas. En un mundo cada vez más globalizado, eventos como este sirven como recordatorio de la importancia de mantener vivas las tradiciones que han dado forma a nuestras comunidades.

Además, la danza Mexika es mucho más que una expresión artística; es una herramienta educativa y espiritual que permite a las nuevas generaciones reconectarse con sus orígenes. Los jóvenes que participaron no solo aprendieron movimientos y cánticos, sino que también interiorizaron enseñanzas sobre la cosmovisión ancestral, en la que el equilibrio con el entorno y el respeto por los elementos son pilares fundamentales.

Tres Cerritos no es solo un escenario; es un santuario cargado de energía. Con su ubicación privilegiada junto al lago de Cuitzeo, el segundo más grande de México, y su historia como punto de observación astronómica de las culturas mesoamericanas, el sitio conserva una vibración que trasciende lo tangible. Yaochitontemitzin, uno de los líderes del calpulli, describió el lugar como un espacio donde confluyen las energías telúuricas y electromagnéticas, un entorno ideal para conectarse con lo sagrado y fortalecer la unidad entre los participantes.

La ceremonia comenzó con un tlalmanalli, una ofrenda colectiva llena de frutas, flores y obsidianas, dispuesta cuidadosamente para honrar a los elementos. Durante el día, el calor abrasador del sol, el aroma del copal y el polvo levantado por los pies de los danzantes se mezclaron para crear una atmósfera que resonaba con el simbolismo de los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y viento.

El entorno natural de Tres Cerritos jugó un papel crucial en la experiencia de los asistentes. La serenidad del lago y la majestuosidad de los cerros que lo rodean invitan a la introspección y la conexión espiritual. Muchos participantes comentaron cómo sentían una energía especial al estar en contacto con este paisaje, donde la naturaleza parece unirse a la ceremonia para reforzar su mensaje de unidad y armonía.

Además, la ubicación del sitio también resalta la importancia de los espacios sagrados en la cosmovisión Mexika. Estos lugares no solo eran puntos de encuentro social, sino también centros energéticos donde se llevaban a cabo rituales que buscaban el equilibrio entre el hombre y el cosmos. Tres Cerritos, con su rica historia y su atmósfera única, continúa cumpliendo esta función en el presente.

Para Yancuitlayohuatzin, quien lleva 10 años en el grupo, el cargo de “fuego” que ostenta tiene un significado profundo: “El fuego limpia, purifica y sostiene al grupo. Encenderlo requiere equilibrio y concentración, es casi como un maestro que te regaña si no estás en sintonía”.

Ella compartió cómo, a través de las ceremonias y las vigilias, ha aprendido a canalizar energía y mantener viva la llama del colectivo.

Otro testimonio destacado fue el de Xochitlatohuani, quien reflexionó sobre la importancia del espejo humeante de Tezcatlipoca, una deidad central en esta ceremonia: “La danza es introspección; cada movimiento nos conecta con nuestras raíces y nos recuerda la sabiduría de nuestros ancestros”. Para muchos, esta ceremonia no fue solo una celebración, sino una oportunidad de renovación espiritual y de reafirmar la importancia de preservar las tradiciones.

Estas voces reflejan la diversidad de experiencias y aprendizajes que surgen en eventos como este. Algunos participantes destacaron cómo la ceremonia les permitió encontrar paz interior, mientras que otros enfatizaron la importancia de transmitir estos conocimientos a las nuevas generaciones. En cada testimonio, se percibe un profundo agradecimiento por formar parte de algo más grande que ellos mismos.

Además, los relatos de los participantes subrayan la dimensión comunitaria de la danza Mexika. Más allá de ser una actividad individual, es un acto colectivo que fortalece los vínculos entre sus integrantes. Cada tambor, cada paso y cada canto se convierten en una declaración conjunta de resistencia cultural y espiritual frente a los desafíos de la modernidad.

Desde mi perspectiva como testigo y creador de imágenes, la experiencia fue cautivadora. Conocí a Yao hace más de una década, cuando ambos estudiábamos en la Normal, y verlo liderar esta celebración fue un recordatorio del poder transformador de la cultura. Mientras observaba a los danzantes, la luz del mediodía se filtraba a través del polvo levantado, creando haces dorados que acentuaban los detalles de las coyoleras y los tocados elaborados con plumas y cuentas. Capturar ese momento fue como congelar un fragmento de la historia viva.

El movimiento de los danzantes, rítmico y en armonía con los tambores, creaba patrones hipnóticos que reflejaban la conexión entre cuerpo, espíritu y entorno. Cada paso dejaba una huella en la tierra seca, simbolizando la continuidad de una tradición que ha resistido el paso del tiempo. El calor de casi 29 grados no detuvo a los participantes, quienes parecían absorber energía del sol para transmitirla a través de su danza.

Para un fotógrafo, eventos como este representan un desafío y una oportunidad única. Capturar la esencia de la danza, el brillo en los ojos de los participantes y la interacción entre la luz y el movimiento requiere sensibilidad y paciencia. Las imágenes resultantes no solo documentan el evento, sino que también cuentan una historia que trasciende el momento y conecta al espectador con la profundidad de esta tradición.

En palabras de Yao, “reunirnos es recordar que somos descendientes de hombres y mujeres con grandes poderes y dones”. Este evento fue más que una celebración; fue un llamado a regresar a lo simple y lo sagrado. En tiempos marcados por el consumismo y la desconexión, la danza y la ceremonia se erigen como actos de resistencia cultural y espiritual.

El décimo aniversario del Calpulli Coyoltin Ayacaxtli en Tres Cerritos fue un recordatorio de que las tradiciones no solo viven en los libros de historia o en los códices antiguos. Viven en el sonido de las coyoleras, en el aroma del copal, en la energía del fuego y en los corazones de quienes, con cada paso, mantienen viva la memoria de Anáhuac. Como dice un antiguo canto, «Estamos unidos con plumas; con plumas construimos nuestras vidas».

Finalmente, este tipo de eventos resaltan la importancia de la continuidad cultural en un mundo en constante cambio. La danza Mexika no solo es una expresión de identidad, sino también un medio para transmitir conocimientos ancestrales y valores que siguen siendo relevantes hoy en día. En cada ceremonia, se teje un hilo que conecta el pasado con el presente, asegurando que las generaciones futuras puedan encontrar en estas tradiciones una fuente de inspiración y fortaleza.

Así, Tres Cerritos se convierte en mucho más que un sitio arqueológico; es un espacio vivo donde convergen historia, espiritualidad y comunidad. Al finalizar el evento, los participantes se llevaron no solo el recuerdo de una jornada especial, sino también la responsabilidad de continuar llevando adelante esta rica herencia cultural.