Entre sus propuestas más llamativas se incluyen anexar Canadá, adquirir Groenlandia y retomar el control del Canal de Panamá
Agencias / La Voz de Michoacán
Las declaraciones de Donald Trump de no descartar la fuerza militar en Dinamarca y el Canal Panamá, y la coerción económica en Canadá, reflejan un viejo propósito de los sectores neoconservadores e intervencionistas de Washington: el retorno de una presidencia imperial capaz de desplegar su músculo político e incluso a través de las armas para reordenar las relaciones globales y el comercio al servicio de los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos.
Cobijado bajo su mantra de “America First” (“EU primero”), Trump parece inspirarse en doctrinas expansionistas históricas de Washington, como la Doctrina Monroe y su posterior desarrollo por Theodore Roosevelt, y más recientemente en las políticas de George W. Bush con su segunda guerra contra Irak, en busca de un nuevo orden petrolero global.
"(Donald) Trump ha adaptado el mantra del presidente Teddy Roosevelt (‘habla en voz suave y lleva un gran garrote’) en el siglo XXI para 'hablarlo en voz alta’.
"Reconoce que para cambiar el paradigma y repeler la expansión económica china y rusa en nuestro propio hemisferio necesita hablar audazmente sobre ejercer la influencia estadunidense en la región", sostiene el veterano estratega republicano Matt Mowers.
Aún antes de asumir el cargo, Trump ha introducido temas que podrían alterar el equilibrio de poder global: ha emitido amenazas relacionadas con cuestiones migratorias y comerciales, sugiriendo posibles acciones unilaterales que pueden afectar las relaciones con nuestro país, así como cambiar el nombre del Golfo de México a “Gulf of America”, lo que ha sido interpretado como una muestra de su enfoque nacionalista y expansionista.
Sus acciones y propuestas indican una tendencia hacia la concentración del poder en la presidencia mediante la reducción de la influencia de otras instituciones, al tiempo que reflejan una visión del Ejecutivo que busca expandir la influencia y el control de Estados Unidos a nivel global adoptando medidas que pueden redefinir las relaciones internacionales y la estructura de poder interna de su país.
Entre sus propuestas más llamativas se incluyen anexar Canadá, adquirir Groenlandia y retomar el control del Canal de Panamá, ideas que remiten a la época expansionista de Estados Unidos.
Presidencia imperial
El concepto de una “presidencia imperial' se refiere a un modelo con amplios poderes en el que el presidente ejerce una influencia desproporcionada sobre las políticas nacionales e internacionales.
Aunque esta idea ha estado presente en la política de Estados Unidos durante distintas etapas de su historia, desde la Doctrina Monroe hasta la Guerra Fría, ha perdido fuerza debido a las restricciones globales impuestas por el multilateralismo y las alianzas internacionales.
Trump parece querer revivir esta tradición expansionista bajo una nueva narrativa: el fortalecimiento de la soberanía estadunidense y la consolidación de su poder geopolítico en el hemisferio occidental.
Este enfoque no solo refuerza su lema de campaña, “Make America great again”, sino que también plantea un rediseño de las fronteras y las dinámicas de poder mundiales.
Una de las ideas más sorprendentes es la anexión de Canadá; aunque descabellada, tiene raíces históricas pues en el siglo XIX Estados Unidos buscó incorporar territorios de la entonces colonia británica.
Trump ha insinuado que Canadá, como vecino cercano y aliado económico, podría “beneficiarse” de esa unión.
En sus discursos critica repetidamente a Ottawa por las disputas comerciales, manejo de recursos naturales y políticas migratorias. Para algunos analistas estos comentarios son parte de una estrategia para presentar a Canadá como un país “mal administrado” que requiere la intervención de Estados Unidos para prosperar.
La idea de comprar Groenlandia no es nueva para Trump. Durante su primera presidencia, en 2019, propuso su adquisición provocando asombro y rechazo tanto en Dinamarca, que administra esta gran isla, como en gran parte del mundo.
Trump argumentó que Groenlandia sería una “gran inversión” debido a su ubicación geopolítica en el Ártico y sus abundantes recursos naturales, incluyendo minerales raros y petróleo.
El Ártico se ha convertido en un espacio estratégico para el comercio y la defensa; controlar Groenlandia permitiría a Estados Unidos dominar rutas marítimas emergentes y competir más eficazmente con Rusia y China en la región. Esta idea enfrenta enormes obstáculos.
Dinamarca ha reiterado su rechazo a vender Groenlandia y sus propios habitantes han dejado claro que no están interesados en convertirse en parte de Estados Unidos.
El Canal de Panamá fue durante décadas un símbolo del poder estadunidense en América Latina. En 1977 Washington firmó los Tratados Torrijos-Carter que devolvieron su control al país centroamericano, un proceso completado en 1999.
Desde entonces, el canal ha sido gestionado con éxito por el gobierno panameño, consolidándose como una de las principales rutas de comercio global. Bajo la acusación no probada de que el Canal está controlado por China, Trump ha expresado su descontento con este acuerdo histórico, sugiriendo que devolver su control a Panamá fue un “error estratégico”.
En sus círculos cercanos se ha discutido la posibilidad de renegociar el acceso al canal o incluso recuperar su control bajo la justificación de garantizar la seguridad y el comercio estadunidense en la región.
Aunque esta propuesta podría encontrar eco entre sectores nacionalistas, también provocaría tensiones significativas con América Latina.
El control estadunidense de esa zona marítima en el pasado fue visto como una forma de imperialismo y cualquier intento de revertir el acuerdo será percibido como un ataque a la soberanía de Panamá y el retorno a las políticas intervencionistas.
Recientemente Trump dejó en claro que no descarta el posible uso de la fuerza en el caso de Groenlandia y Panamá.
No subestimar las propuestas
Si bien las propuestas de Trump pueden parecer poco realistas, tienen implicaciones geopolíticas significativas. Estas ideas refuerzan la percepción de un Estados Unidos unilateralista, dispuesto a priorizar sus propios intereses sobre los acuerdos internacionales y las relaciones diplomáticas.
En América Latina, el enfoque expansionista de Trump puede profundizar la desconfianza hacia Estados Unidos, especialmente en un contexto donde potencias como China y Rusia han aumentado su influencia en la región.
En el caso de Canadá, una propuesta de anexión dañaría gravemente una de las relaciones bilaterales más importantes para la economía y la seguridad de Estados Unidos. Además, estas iniciativas pueden generar tensiones dentro de Washington.
La expansión territorial y la consolidación del poder presidencial desafían principios fundamentales de la democracia estadunidense, como el respeto a la soberanía de otros países y la limitación del poder ejecutivo.
Para algunos observadores las propuestas de Trump no son más que una estrategia política para captar la atención de su base electoral y consolidar su imagen como un líder audaz dispuesto a romper con las convenciones tradicionales.
En este sentido, estas ideas funcionan como una extensión de su marca política, caracterizada por el rechazo al globalismo, la defensa de la soberanía estadunidense y una visión nostálgica de un pasado glorioso.
Sin embargo, otros ven en estas propuestas un intento de construir un legado personal que trascienda su tiempo en la presidencia. Al buscar objetivos ambiciosos, incluso si son irrealizables, Trump se posiciona como una figura histórica que busca redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo.
Legitimar a China y Rusia
La visión de Trump de una presidencia imperial refleja una combinación de ambición personal, cálculo político y nostalgia por una era expansionista.
Aunque estas ideas enfrentan obstáculos legales, diplomáticos y prácticos significativos, han capturado la atención del público y plantean preguntas importantes sobre el futuro de la política exterior de Estados Unidos.
Estas propuestas sirven como un recordatorio de las tensiones entre el nacionalismo y el globalismo en el siglo XXI y de cómo los líderes pueden utilizar narrativas expansionistas para movilizar apoyo político, incluso en un mundo que ha cambiado profundamente desde los días del imperialismo clásico.
Analistas creen que esas ideas pueden tener un efecto contraproducente: legitimar y arropar las intenciones expansionistas de China en Taiwán y Rusia en Ucrania.
“China está aumentando sus lazos económicos con América Latina pero la forma más fácil de ayudar a Pekín a expandir esos lazos aún más sería que Estados Unidos hiciera un esfuerzo para colonizar el canal, lo que conduciría a ataques nacionalistas contra Washington y reavivar los temores del neoimperialismo estadunidense en todo el continente”, sostiene el internacionalista Fareed Zakaria.
“(Donald) Trump propuso eliminar la línea trazada entre Canadá y Estados Unidos y eso es precisamente lo que dice Vladímir Putin sobre la frontera entre Rusia y Ucrania, o Xi Jinping sobre China y Taiwán. Este es un mundo que hace que Moscú y Pekín sean grandes de nuevo”, indicó