“La felicidad es ese estado de conciencia
que procede del logro de los propios valores”
Ayn Rand (1905 – 1982)

La búsqueda de la felicidad es una gran misión y finalidad de vida en sí para todo ser humano. Desde 2012, la Asamblea General de la ONU decretó en su resolución 66/281 que el 20 de marzo se celebrase el Día Internacional de la Felicidad “para reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno”, de acuerdo con su portal electrónico oficial.

Esta resolución expedida subraya la imperiosidad de que “se aplique al crecimiento económico un enfoque más inclusivo, equitativo y equilibrado, que promueva el desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza, la felicidad y el bienestar de todos los pueblos”.
En el marco de esta celebración, la ONU presentó ayer el Reporte Global de Felicidad, en donde México se metió a una posición histórica: al décimo lugar con 6.9 sobre 10 de calificación, correspondiente al promedio de los últimos tres años.

Si bien, esto representó un ascenso en la posición relativa, es preciso decir que hay un retroceso respecto al puntaje que obtuvo nuestra nación en 2012, de -0.109. Más aún: 12 de los primeros 15 países presentan descensos en la evaluación, por lo que México subió en la posición debido a que cayó menos que países como Australia, Nueva Zelanda y Suiza.

Costa Rica es el país más feliz de América, ubicándose en sexto lugar global de 147 naciones. Estados Unidos está en su peor posición de la historia, en la posición 24.

En el análisis, se dice que la importancia de las relaciones familiares significativas es un factor que gravita mucho a favor de que nuestra nación se ubique en una posición tan alta. Paralelamente, no cabe duda de que, bajo las premisas y definiciones anteriores, la felicidad es una construcción, que puede modelarse en un laboratorio de la sociedad futura como es la escuela. Por lo anterior existe una iniciativa mundial de la UNESCO, denominada Escuelas Felices, la cual busca generar reforma transformadora de la educación y un cambio de paradigma que sitúe la felicidad en el centro de la política y de las prácticas educativas.

En su modelo, la excelencia académica y la felicidad no se excluyen mutuamente. La felicidad puede ser una palanca clave para mejorar las experiencias y los resultados del aprendizaje.

Derivado de que, la felicidad se entiende de forma diferente según las personas y las culturas, la UNESCO no ofrece una definición universal de la felicidad, ni prescribe indicadores o normas para medir la felicidad a nivel individual. En cambio, la iniciativa ofrece un marco de alto nivel que desglosa los entornos de aprendizaje feliz en cuatro pilares fundamentales: las personas, el proceso, el lugar y los principios.

El pilar de las personas se centra en relaciones de apoyo y colaboración, así como el bienestar físico y socioemocional; a la par que las actitudes y los atributos positivos de los actores de las comunidades escolares: alumnos, padres, profesores, líderes escolares, personal de apoyo, gestores centrales y miembros de la comunidad.

El pilar del proceso se centra en planes de estudios equilibrados, pedagogías alegres y atractivas, evaluaciones holísticas y flexibles para garantizar una carga de trabajo manejable, contenidos culturalmente pertinentes e interdisciplinarios, experiencias de aprendizaje activas y vías flexibles para evaluar el aprendizaje.

El pilar del lugar busca la transformación de los espacios escolares tanto físicos como digitales mediante infraestructuras e instalaciones seguras, saludables, accesibles y sostenibles, diseños espaciales funcionales e inclusivos, así como el uso de la escuela como un centro social para el aprendizaje y el compromiso de la comunidad para hacer que la infraestructura física y virtual se adapte a su propósito.

Finalmente, el pilar de los principios se centra en los valores fundamentales que unen a las comunidades escolares y permiten la realización de los pilares de las personas, el proceso y el lugar, como la confianza, la inclusión y el empoderamiento.

Bajo este planteamiento, es importante voltear a ver a Michoacán, donde las infancias y juventudes enfrentan cotidianamente una compleja red de desafíos que obstaculizan sistemáticamente su derecho a la felicidad y al aprendizaje pleno. Estos obstáculos, de naturaleza estructural, socioeconómica, cultural y educativa, conforman un entramado que limita el potencial de desarrollo integral de la niñez michoacana. Particularmente, vale la pena hacer especial énfasis en cómo la vulneración del derecho a una educación de calidad se convierte en un lastre determinante para su bienestar y felicidad.

En Michoacán existen severos obstáculos socioeconómicos, como la pobreza y la desigualdad, ya que existen indicadores preocupantes de pobreza infantil, provenientes del CONEVAL, donde aproximadamente el 50.1% de las niñas y niños michoacanos viven en condición de pobreza, cifra superior a la media nacional. Esta situación tiene implicaciones directas en su bienestar, como la inseguridad alimentaria, porque muchos niños asisten a la escuela sin haber recibido una alimentación adecuada, lo que afecta su capacidad de concentración y aprendizaje. Así también, la necesidad económica obliga a muchos menores a incorporarse prematuramente al trabajo, reduciendo su tiempo para el estudio y el juego, elementos esenciales para su desarrollo emocional. Paralelamente, las condiciones precarias de vivienda dificultan el estudio en casa y el descanso adecuado.

Así también, hay entornos de violencia e inseguridad en Michoacán sumamente preocupantes, ya que se ha experimentado en los tiempos más recientes una escalada de violencia que ha afectado profundamente la vida cotidiana de la población infantil. Derivado de ello, se da una exposición constante a entornos violentos, lo que genera en los niños una normalización de comportamientos agresivos que obstaculiza su desarrollo socioemocional. También, el temor a la inseguridad limita las posibilidades de juego al aire libre, la movilidad y la interacción comunitaria, elementos fundamentales para la construcción de felicidad. Aunado a lo anterior, la exposición a eventos traumáticos genera estados de estrés crónico que afectan el desarrollo cerebral y la capacidad de experimentar emociones positivas.

El análisis de los obstáculos que enfrentan las niñas y niños michoacanos para acceder a la felicidad y al aprendizaje revela la necesidad urgente de una transformación profunda del sistema educativo y social. Esta transformación debe reconocer que el derecho a aprender y el derecho a la felicidad están inextricablemente vinculados, y que ninguno puede realizarse plenamente sin el otro.

La situación actual constituye no solo una vulneración de derechos fundamentales, sino también un desperdicio del potencial humano que Michoacán necesita para enfrentar sus desafíos presentes y futuros. Cada niña y niño que ve obstaculizado su derecho a una educación que promueva su felicidad representa una pérdida incalculable para la sociedad michoacana en su conjunto.

Abordar esta problemática requiere un enfoque sistémico que reconozca la complejidad de los factores involucrados y la necesidad de actuar simultáneamente en múltiples niveles: desde las políticas públicas hasta las prácticas cotidianas en el aula, desde la formación docente hasta la participación comunitaria. Solo así podrá romperse el círculo vicioso que actualmente convierte la educación en un lastre para la felicidad, en lugar del trampolín que debería ser.

Es un gran momento para repensar la educación básica en Michoacán, para formar seres humanos que no solo tengan conocimientos académicos, sino que estén equipados para construir vidas plenas y significativas.

La verdadera transformación educativa no consiste en producir estudiantes con altas calificaciones, sino en cultivar seres humanos completos capaces de encontrar y crear felicidad duradera, contribuir positivamente a sus comunidades y enfrentar los desafíos de la vida con sabiduría y resiliencia. Michoacán, con su rica tradición cultural y humana, tiene el potencial de liderar este cambio paradigmático hacia una educación centrada en lo que realmente importa: el florecimiento humano integral.

Aunado a los estudios de la UNESCO, hay hallazgos muy interesantes en la ciencia de la felicidad, respaldada por investigadores como Arthur C. Brooks, catedrático de la Universidad de Harvard, quien nos demuestra que los pilares de una vida plena —relaciones significativas, trabajo con propósito, filosofía de vida equilibrada y, cuando sea culturalmente apropiado, la dimensión espiritual— pueden y deben propiciarse en las aulas de manera sistemática y deliberada.

¿Se imaginan un Michoacán donde cada niño despierte día tras día emocionado por ir a la escuela? Un estado en donde el aprendizaje esté conectado con sus raíces culturales y sus talentos innatos y donde las aulas sean comunidades de apoyo donde se practica la gratitud, la compasión y la resiliencia. Este no es un sueño utópico: es una posibilidad concreta que depende de las decisiones que se tomen aquí y ahora.

¡Pasemos de las palabras a la acción!

Primeramente, hay que integrar la educación socioemocional de manera sistemática en todas las asignaturas. No como un anexo, no como una clase especial, sino como el corazón mismo del proceso educativo.

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Así también, invirtamos en la formación docente para la educación en felicidad. Nuestros maestros son el alma del sistema y necesitan herramientas, apoyo y su propio bienestar garantizado para poder transmitir estos valores.

Paralelamente, inviértase en los espacios escolares para convertirlos en ambientes que nutran el bienestar. Una escuela no debe parecerse a una fábrica, sino a un hogar, a un jardín donde cada niño puede florecer a su manera.

Es axiomático: midamos lo que realmente importa. Desarrollemos sistemas de evaluación que valoren el bienestar integral, las habilidades para la vida y el sentido de propósito, no solo la memorización temporal de contenidos.

Aunado a lo anterior, involucremos a las familias y comunidades en esta transformación. La educación para la felicidad no termina en la puerta de la escuela; debe ser un esfuerzo colectivo que abarque todos los espacios donde nuestros niños crecen y se desarrollan.
Es prioritario pensar a largo plazo. Al respecto, qué problema podría ser más urgente que el sufrimiento silencioso de miles de niños que no encuentran sentido ni alegría en su educación, respecto al costo de oportunidad que representa alcanzar inmensos rendimientos mediante la formación de una generación de michoacanos emocionalmente inteligentes, resilientes y con propósito.

Nuestra tierra purépecha es heredera de una sabiduría ancestral que siempre ha valorado la armonía, la comunidad y la conexión con algo más grande que uno mismo. No estamos inventando algo nuevo; estamos regresando a nuestras raíces más profundas, pero con el respaldo de la ciencia moderna y la visión internacional al respecto.

La inercia nacional al respecto es importante, porque, más allá de la cruenta nota roja, debe prevalecer la esperanza: estar en el top 10 permite pensar en acciones disruptivas. Cada paso bien dado que demos hacia una educación para la felicidad será un paso que nuestros niños, niñas y jóvenes agradecerán por el resto de sus vidas. Es momento de encender la luz de una nueva era educativa centrada en lo que realmente importa: la plenitud humana y formular políticas públicas orientadas a tan alta y noble finalidad.

Las niñas, niños y jóvenes de Michoacán merecen ejercer sus derechos a estar, aprender y participar en las escuelas siendo desde ahora felices y desarrollándose plenamente para construir su felicidad futura. ¡Por un Michoacán donde la educación y la felicidad caminen juntas! Qué así sea.

Sus comentarios son bienvenidos en eaviles@mexicanosprimero.org y en Twitter en @Erik_Aviles

*Doctor en ciencias del desarrollo regional y director fundador de Mexicanos Primero capítulo Michoacán, A.C
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