Richmond, Columbia Británica, Canadá, 31 de enero de 2025.- “Killing me softly with his song”. Bueno, creo que más de alguna vez han escuchado esa canción: “Matándome lentamente con su canción”, que sería esa su traducción.
Yo tengo días pensando en cómo el tiempo, aparentemente, va muy lento pero cuando menos te das cuenta resulta que ya la vida te ha pasado de largo.
No me había percatado bien de esta realidad hasta que vi un meme que decía: “1980, dentro de 5 años serán ¡50! ¿Quéééé?
Sí, yo soy ochentera, pelo desgreñado con mucha “Aquanet”, hombreras tan anchas que parecía un jugador de fútbol americano. De cuando se empezó a escuchar el “rock en tu idioma». Tiempo en el que uno está bonito y no te das cuenta que la juventud es realmente un “divino tesoro”.
Era todo tan normal. Comíamos de todo, nada nos hacía daño; andaba uno de fiesta hasta tarde, solo para darte cuenta que cuando menos te acordabas ya se había hecho de madrugada y estaba tu mamá sentada en la cocina para darte una buena regañiza con esos ojos de coraje, que de recordarlos, ¡aún te dan miedo! Y castigada por meses y aún así, uno obedecía.
Era la emoción de sacar tu primer pasaporte; ahorrar, para comprarte una mochila y el mundo te cabía en esa mochila para cruzar océanos.
¡Y la gente normal! Con lo que uno aprendía en casa y amigos, las normas no escritas que regían a la sociedad y generaban un ambiente sano; se respetaba al que no pensaba como uno y se vivía bien.
No abundaban los que con tal de sobresalir perdían su dignidad, había pocos travestis, pocos drogadictos y de esos se sabía hasta quiénes eran y uno los “pasaba de liso”.
Los hombres cortejaban a las mujeres y si era al revés, entonces eras una “rogona” y eso ¡no era bueno!
Las peleas en la escuela eran sólo por los partidos deportivos y después de eso, nada pasaba, ¡todos como compañeros!
¡No éramos alérgicos a nada! Nada de que: “lactosa free”; ni que “sin gluten”; la leche venía de las vacas y ¡no de las almendras! En los desfiles de la ciudad lo que más nos gustaba era ver a los muchachos de la Universidad, todos vestidos con traje y al final, los charros… ¡Qué guapos eran los charros: hombres varoniles e impecablemente vestidos.
Ver en vivo y a todo color, eso ¡era vida! y no estar pegado a una pantalla.
Ya nos estamos haciendo viejos los ochenteros y ya hasta algunos han cerrado sus ojos para siempre. ¿Cuántas cosas pensaste hacer y no has hecho? Y cuántas sorpresas sin esperar te llegaron como caídas del cielo.
Los ochenteros nos estamos haciendo viejitos, sí, ya somos maduros y ya empezamos a sonar como sonaban nuestros padres, ¡o incluso nuestros abuelos!
Pero también somos una generación que atestiguamos la era mecánica y también la tecnológica, en la que en un abrir y cerrar ojos y ¡todo está listo!
Testigos de cuando una carta podía durar hasta un mes en llegar ¡y un e-mail que llega en segundos hasta el otro lado del mundo!
Pero creo que también estamos viendo ante nuestro ojos una decadencia de la humanidad, donde la familia está dejando de ser el centro de nuestras vidas; donde a las nuevas generaciones les cuesta trabajo identificarse; ¡donde se ha dejado de leer! Donde el atraso de la educación está a la orden del día ¡y lamentablemente en todo el globo terráqueo!
¿Dónde en muchos lugares, la alegría de la casa, que era un niño?, ¡ha sido desplazada por un perro!
¿Dónde las largas conversaciones, ya sean físicas o por teléfono?, se han reducido a renglones escritos en una pantalla.
Donde ahora el sueño de muchos jóvenes se reduce a ser “influencers” y ya estudiar Medicina no atrae.
¡Y ahora sí de rodillas! y a los que creemos, a rezar por vocaciones sacerdotales.
Creo que ya me voy me estoy poniendo nostálgica.
¡Cuídense y que sea un feliz 2025!
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