La semana pasada se virilizó un video en el que una anciana bajó de un auto acompañada por algunos miembros de su familia y, pistola en mano

La semana pasada se virilizó un video en el que una anciana bajó de un auto acompañada por algunos miembros de su familia y, pistola en mano, realizó algunos disparos en contra de unas personas que están frente a una casa. En la acción murieron dos individuos y otro quedó gravemente herido.

Los hechos adquirieron una difusión exagerada en las redes sociales por el hecho inusual de que la viejita llegara con la determinación que llegó a, supuestamente, tratar de defender su patrimonio frente a unos posesionarios que alegaban que ellos habían rentado el inmueble a un tercero.

En un principio, algunos los internautas condenaron el hecho ante lo evidente: la acción artera y ventajosa de la anciana, quien, sin consideración alguna, llegara a matar a unas personas. Pero luego, a medida que se dieron a conocer las motivaciones que la alentaron a cometer este crimen, surgieron los memes y comentarios justificando la acción de la viejita, quien, dicen, actuó en defensa de su patrimonio ante una supuesta negligencia de las autoridades, que no actuaron.

Una vez que dicha noticia cobrara tal relevancia recibí una comunicación vía WhatsApp en la que un amigo que se dedica al espinoso oficio del ejercicio libre de la profesión de abogado narra un supuesto asunto de la vida real.

En síntesis, mi amigo refiere que unos clientes que habían adquirido una pequeña casa allá por el rumbo de la salida a Guanajuato, en la ciudad de Morelia, un día fueron a visitar la casa que habían adquirido, a la que le estaban realizando algunas mejoras para hacerla habitable. Pero se encontraron con el hecho de que su vivienda estaba ocupada por unos extraños y que, cuando sus clientes se acercaron a reclamar, una señora, que traía un silbato colgado al cuello, lo hizo pitar haciendo que, de manera inmediata salieran varias personas de las viviendas contiguas armadas con palos, piedras y otros objetos intimidantes a amenazarlos con insultos para que se retiraran.

Cuenta nuestro amigo que después de estos hechos los propietarios acudieron a solicitar su trabajo legal para que les ayudara a recuperar su patrimonio. Dice que preparó una denuncia impecable en la que narraba los hechos constitutivos del delito de despojo, pero que sus acciones se toparon con la burocracia de una fiscalía que no les quería recibir la denuncia.

A fin de cuentas y después de haber tramitado un amparo ante la justicia federal, la Fiscalía de Michoacán se vio obligada a darle curso a la denuncia en cuestión, pero cuando se presentaron al lugar de los hechos acompañados por elementos policiacos, “los ocupas” del inmueble volvieron a aplicarles la dosis del silbato, las piedras, palos y amenazas y, nuevamente, todos tuvieron que salir huyendo.

Finalmente, el asunto se resolvió, según la narración de nuestro amigo, cuando los legítimos propietarios del inmueble, acompañados por docenas de familiares y amigos, se constituyeron en el lugar de los hechos armados con mayores objetos intimidantes y desalojaron a los despojantes que por la fuerza, sin ningún derecho, se habían posesionado de una casa que no les pertenecía.

No sé hasta qué punto sean verdad los detalles de lo narrado por mi amigo en WhatsApp; pero lo que resulta innegable, porque es de un hecho social recurrente y muy sabido, es la proliferación de fraccionamientos en la periferia de la ciudad de Morelia, muy alejados de la mano de Dios. Debido a la lejanía, algunas viviendas permanecen deshabitadas largos periodos, hecho que genera que personas que carecen de un hogar, apoyados por activistas políticos sin escrúpulos, hagan uso de la fuerza para hacerse de una vivienda.

Todo lo anterior, aunado a la negligencia de las autoridades ministeriales, lo engorroso de los trámites jurisdiccionales y la ineficacia de un sistema jurídico obsoleto para resolver este tipo de asuntos, crean un estado de impunidad que, junto con la ignorancia de la gente y el clima de violencia que impera en la sociedad, pueden desembocar en hechos como el lamentable y triste caso de la abuelita vengadora y los posesionarios asesinados.

Este triste suceso nos debe llevar a la reflexión, ya que, en una sociedad tan violenta y desquiciada como en la que vivimos, donde pareciera privar la ley del más fuerte o el más ventajoso, la desesperación o el hartazgo puede conducir a pretender hacer justicia por propia mano.

La justicia difundida a través de viejos filmes, ya clásicos como El vengador anónimo, protagonizada por Charles Bronson en la década de los setenta, no es justicia, es simple venganza. Y aunque genere simpatía en muchas personas, debido e la ineficiencia del sistema de justicia, no deja de ser una especie de apología del delito: actos reprobables de venganza.

Resulta muy preocupante la cantidad de muestras de simpatía que generan las acciones de esta anciana que decidió tomar la justicia en sus manos.

En bastantes pueblos de nuestro país, muy frecuentemente, se realizan actos de linchamiento contra supuestos criminales. Los medios de información destacan, en notas amarillistas, estas ejecuciones públicas. En algunos casos, se ha sabido, los ejecutados eran inocentes. Los medios informativos nunca dan seguimiento a la responsabilidad de alguien por estos hechos. Son acciones de venganza pública que nos deberían avergonzar. Hechos de barbarie.

luissigfrido@hotmail.com