¿Cuáles serían los criterios para jerarquizar y dividir los saberes de toda una época?
Gustavo Ogarrio
En la imagen contemporánea que se tiene de la antigua Biblioteca de Alejandría subyacen varios momentos míticos: el saber escrito asediado por las conquistas militares, por el poder político y, finalmente, por el fuego, el incendio de la sabiduría y de la memoria de la Humanidad; es decir, la vieja oposición entre civilización y barbarie, cuyos límites imprecisos obligan siempre a ejercer combinaciones insospechadas; desde hace siglos sabemos que los bárbaros siempre traen consigo gestos civilizatorios y que aquellos que se hacen llamar civilizados resguardan, en la profundidad de su identidad, grandes momentos de barbarie.
Toda Biblioteca es sin duda una forma amable de canonización de textos del pasado y del presente, así como una manera de enfrentar la incomprensión del futuro. Y, como ya sabemos, toda canonización es una bella traición artística a la memoria, la forma sofisticada y libresca de algún olvido milenario. Por ejemplo: ¿Cuáles serían los criterios para jerarquizar y dividir los saberes de toda una época? Es más: ¿Qué significan actualmente las ya casi agotadas nociones de “Occidente”, “Oriente”, “Antigüedad”, “Indias Occidentales”, “Humanidad”? ¿Cómo se podría responder a la pretensión de reorganizar el saber total escrito mediante una nueva versión de lo “universal”?
Una última lección optimista sobre la paradoja de una Biblioteca absoluta la podemos leer en el cuento “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges: “Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana –la única– está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”.