COLUMNA / Nos vemos en el cine
Jaime Vázquez
Era la mañana gris del 7 de diciembre de 1983 en el aeropuerto de Barajas, en Madrid; la neblina y el frío enmarcaban el ambiente festivo de las fechas decembrinas.
La actriz Fanny Cano y su esposo abordaban el avión de Iberia con destino a Roma, donde harían una parada para pasar las navidades con la hermana de Fanny y, posteriormente, continuar el viaje a la India para un retiro espiritual.
En la pista, un avión de la línea Aviaco se preparaba para su vuelo a la ciudad de Santander.
En la pista número uno, pasadas las 8 y media de la mañana, ese día de bruma y frío, por la falta de visibilidad y la confusión de los pilotos, los dos aviones colisionaron. La aeronave de Iberia se encontraba en pleno despegue y la de Aviaco en sus maniobras para tomar pista. Perdieron la vida los 42 pasajeros del Aviaco. Del otro avión sobrevivieron 42 personas y fallecieron 51 pasajeros, entre ellos, Fanny Cano y su esposo. La actriz michoacana hubiera cumplido en 1984 40 años.
Al día siguiente el periódico español ABC daba la noticia de la tragedia: “El piloto de Iberia ni tuvo miedo ni pensó en la muerte; sólo en evitar el choque”.
Unos días antes, el 27 de noviembre, un avión de Avianca que viajaba de París a Madrid, se estrelló en Mejorada del Campo, muy cerca del aeropuerto de Barajas. En el siniestro murió el escritor Jorge Ibargüengoitia.
Fanny Cano (María Francisca Isabel Cano Damián) nació en Huetamo, Michoacán, el 28 de febrero de 1944, la segunda de una familia de seis hijos del matrimonio de Francisco Cano y Aurelia Damián.
Los Cano Damián viajaron a la colonia Nueva Santa María de la Ciudad de México cuando Fanny tenía 10 años.
En la Universidad, Fanny fue elegida reina de los estudiantes. Con el apoyo y el impulso de Jaime Valdez, periodista de espectáculos, en 1962 debuta en el cine como la amiga de Angélica María en El cielo y la tierra, historia de enredos en la que Libertad Lamarque en su papel de monja batalla con los problemas juveniles de César Costa, Patricia Conde y Fernando Luján: el naciente rock and roll y los consejos morales del cine de la época.
A partir de entonces, Fanny comienza su camino ascendente en el cine. En 1963 participa en tres producciones: la intriga División narcóticos (Alberto Mariscal); Dile que la quiero (Fernando Cortés), otra historia de rock y moralina; y la comedia Entrega inmediata (Miguel M. Delgado) al lado de Cantinflas.
En 1964 comparte créditos con Silvia Pinal, Ricardo Montalbán y Sergio Corona en ¡Buenas noches, año nuevo! (Julián Soler); actúa en dos “de vaqueros”, El solitario y Duelo en el desierto, de Arturo Martínez; explora la comedia con Viruta y Capulina en Los reyes del volante (Miguel Morayta, 1965); intenta seducir al sacerdote interpretado por Arturo de Córdova en Juventud sin ley (Gilberto Martínez Solares, 1966). Viaja a España para actuar con Gracita Morales y José Luis López Vázquez en Operación secretaria (Mariano Ozores, 1966).
La televisión aumenta su popularidad. Protagoniza las series La mentira, escrita por Caridad Bravo Adams, y Rubí y Yesenia,de Yolanda Vargas Dulché.
Su belleza y picardía en las pantallas contrastaron con su personalidad solitaria y reservada. La imagen que proyectaba en Despedida de soltera, Cómo pescar un marido o Las amiguitas de los ricos se distanciaba de su vida privada, sencillez e inclinación a lo espiritual.
En 1976 Emilio Fernández le da el papel de Leonor, prostituta que vive en la Zona roja creada por José Revueltas. Dos años después Felipe Cazals la dirige en La güera Rodríguez, episodio de nuestra historia.
Su última a parición es Una leyenda de amor (Abel Salazar, 1982), relato de época al lado de Rogelio Guerra, Mario Almada y Jorge Martínez de Hoyos.
Fanny Cano era vegetariana y practicaba yoga, por recomendación de su amiga Elsa Aguirre. Se había distanciado de los medios, alejada de la vida en las pantallas. Se dirigía a Benarés, en las orillas del Ganges, lejos del bullicio de Nueva Dehli. Una mañana de niebla y frío, en Madrid, se apagaron las luces.